Transformándonos

‘Hay tres transformaciones del espíritu de las que os voy a hablar: cómo el espíritu se convierte en camello, después el camello en león y el león, finalmente, en niño’.

Así Friedrich Nietzsche inicia el texto ‘De las tres transformaciones’, presente en su libro ‘Así habló Zaratustra’.

¿Qué representan estas tres transformaciones? Veamos:

El camello: es un animal de carga, sostiene obedientemente sobre su lomo lo que le toque llevar. Es más, se arrodilla para recibir la carga. Simplemente es su obligación y él lo acepta así, sin más. Él dice: ‘yo debo…’. Y reconoce la fortaleza que implica esta tarea. El camello es fuerte, muy fuerte, disfruta demostrándolo. Pero es incapaz de hacer algo distinto de su deber. Allí es donde ocurre la siguiente transformación.

El león: es un animal salvaje, desobediente. Se rebela contra lo que debe hacer. Con coraje desafía lo establecido, no acepta la tarea que se le impone al camello. No se arrodilla ante nadie. Sigue su propio instinto, sus propias reglas. Él dice: ‘yo quiero…’. Pero es incapaz de crear algo nuevo. Allí es donde ocurre la 3ª transformación.

El niño: es naturalmente creativo. Ve el mundo con ojos inocentes. Eso le permite una mirada distinta que el camello y el león no pueden tener: el niño ve lo nuevo en el mundo, lo que aún no está, pero es posible. Es el punto de partida de lo que aún no ocurrió, pero ocurrirá; sólo porque él, en su juego y su libertad, es capaz de concebirlo. Él dice: ‘yo creo…’. Con el niño empieza nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia, nuestras convicciones más profundas, la definición de nuestra identidad.

Al desarrollarnos pasamos por estos tres estados.

El primer paso, por más que nos pese (¡y de eso se trata: del peso!), es aceptar lo que nos toca, ser el camello que se arrodilla. Por más denigrante que nos parezca esta imagen. Lo opuesto es no aceptar nuestra realidad, evadirnos de nuestra historia personal, familiar, social, cultural.

No tiene nada de malo aceptar la carga que nos toca. ¿Qué puede tener de malo si después seremos leones que tiraremos todo por la borda?

Pero no podemos ser leones rebeldes ante la nada. ¿Qué sentido tiene ser valientes en el vacío?

Y el segundo paso: destruirlo todo… ¿qué sentido tiene hacerlo si no es para construir algo nuevo? No sirve revelarnos contra lo establecido para quedarnos otra vez en el vacío, en la nada.

Y al fin, construimos algo nuevo, desde cero. Algo imposible sin que antes existan el camello y el león.

Las tres transformaciones son, al fin, tres momentos de un único proceso.

Aceptemos lo que nos toca… con la certeza de saber que seremos capaces de transformarlo.

Revelémonos contra lo que nos toca… con la certeza de saber que seremos capaces de preparar el vacío fértil del que brotará lo nuevo.

Construyamos lo que queremos que nos toque… nuestro propio camino… nuestro destino.

A continuación, el texto original completo de Nietzsche.

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‘De las tres transformaciones:

Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño. Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. ¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije. ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? ¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador? ¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres? ¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos? ¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo? Todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.

Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? «Tú debes» se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero». «Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!». Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: «todos los valores de las cosas – brillan en mí». «Todos los valores han sido ya creados, y yo soy – todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún “Yo quiero!”» Así habla el dragón. Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa? Crear valores nuevos – tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear – eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león. Tomarse el derecho de nuevos valores – ése es el tomar más horrible para un espíritu de carga y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña. En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.

Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.

Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño’. 

Seamos humanos integrando la fortaleza del camello, la valentía del león y la creatividad del niño.

Leonardo Stefoni